miércoles, 14 de mayo de 2014

martes, 6 de mayo de 2014

MORADORES DEL PANÓPTICO DIGITAL


Hay que asomarse a las páginas de cualquier libro filosófico para constatar dos cosas: en primer lugar, la existencia de un estilo literario propio, cuya lectura apetece por si misma, incluso al margen de todo sentido, intrincado en tantos casos; y en segundo lugar, su naturaleza siempre agorera, como de ratificación de los más oscuros presagios, cuyas consecuencias se nos ponen a la vista con la intención de que confirmemos de algún modo tan ingratas profecías. Es el mejor modo del que dispone el filósofo de hacernos partícipes de su reflexión: apelando a nuestra inteligencia y a esa sensibilidad orientada a desentrañar los rincones tenebrosos, las zonas en sombra. Todo se nos presenta como amenaza actualizada: ningún momento en la historia como el presente para advertir ese refinamiento del mal que llega hasta nosotros en lo más perverso de su proceder. Esta perversión es muda, pero no sorda ni ciega. Vigila siempre, mas no acomete ni castiga (o eso es lo que parece). De tal modo que su naturaleza se nos dibuja especialmente siniestra. Mientras tanto, quien lee termina por confirmar palabra por palabra, asumiendo que, junto al autor, somos vigías privilegiados de un poder en sordina del que pocos se percatan, y nosotros, merced a la lectura, formamos parte de esa escasa hueste de privilegiados.

A fe mía que es difícil no darse por aludido, ni ignorar que algo más allá de lo aparente ocurre cuando nos sumergimos en las seductoras palabras del sabio. Al menos me quedo con las felices expresiones y con el orgulloso e irreverente presentimiento de ser más inteligente que el resto de mis congéneres (aunque, a buen seguro, se trata simplemente de hacer acopio de un manojo de interpretaciones con las que alimentar algunas ideas algo menos convencionales de las que con soltura manejamos todos los días). Así, me fascina encontrarme con las palabras de Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia. Para el filósofo de origen coreano, el "encadenamiento digital" propone "el comienzo de un panóptico de tipo completamente nuevo, no perspectivista". En realidad, se está refiriendo a internet y, por ende, a la sociedad digital. Una vez más, el ser humano se ve sometido a los temores que tantas veces en la historia acompañaron a las novedades tecnológicas. Dotamos a todo cambio de su correspondiente sesgo apocalíptico. O quizás lo cambiante lleve inscrito su propio apocalipsis, porque el presente (cuando lo fue en el pasado y cuando vaya a serlo en el futuro) es la oportunidad más certera y real de su propio fin.

La transparencia que en estos tiempos se inaugura, y que tiene en el mundo virtual su manifestación más patente, no deja de ser una variante más de la general equiparación, del burdo allanamiento o nivelación equitativa que, a ojos de Byung-Chul Han levanta el edificio del control secular, pero esta vez con la aceptación general. Nada escapa ya al mismo. Desnudos de prejuicios y suspicacias, ya no es necesario que nadie advierta la desnudez del emperador, pues todos estamos gustosamente aquejados de un similar desasimiento. Queda por saber si, como en su día escribiera Etienne de La Boëtie, al hombre le apetece con naturalidad la servidumbre, acogiéndose voluntariamente a ella, y quede neutralizada, por tanto, cualquier forma de resistencia, de tal modo que "hoy, contra lo que se supone normalmente, la vigilancia no se realiza como ataque a la libertad. Más bien, cada uno se entrega voluntariamente a la mirada panóptica. A sabiendas, contribuimos al panóptico digital, en la medida en que nos desnudamos y exponemos. El morador del panóptico digital es víctima y actor a la vez. Ahí está la dialéctica de la libertad, que se hace patente como control".