miércoles, 14 de diciembre de 2011

ACTUALIDAD DEL APOCALIPSIS


Por si acaso no hubiera uno insistido sobre la falta de cobijo, sobre el desamparo constitutivo del ser humano (esa manera siempre precaria de configurar alguna forma de seguridad que incluiría, paradójicamente, la asunción de su contrario: la destrucción permanente de toda forma de tradición); por si acaso no fuera uno reiterativo hasta el aburrimiento, vuelvo por donde solía, acercándome a René Girard, al que vislumbro a duras penas entre la espesa niebla del diálogo que mantiene con Benoît Chantre en "Clausewitz en los extremos".
Procuro hacer el esfuerzo de comprender el marco teórico que Girard nos propone. Apasionante y misterioso, se dibuja el tránsito desde un alfa sacrificial y arcaico a un omega apocalíptico, esa escalada a los extremos prevista por aquel teorizador de la guerra que fue Clausewitz, cuyo combustible es la paulatina y necesaria indiferenciación que desde el principio de los tiempos nos identifica.
Pero volviendo al asunto del desamparo, me subyugan especialmente las palabras que Girard dedica a Cristo. Inédita su visión del rito sacrificial cristiano ("expiación divina con que Dios, en su Hijo, pediría perdón a los hombres por haberles revelado tan tarde los mecanismos de la violencia ejercida por ellos"), se inauguraría con él la desmitificación absoluta: "pronto no habrá ya institución alguna, ni rito alguno, ninguna «diferencia» para regular nuestros comportamientos. Debemos destruirnos o amarnos; y —es lo que tememos— los hombres preferirán destruirse".
Él vino a traernos la guerra. Girard lo confirma con sus postulados y atendiendo a una actualidad que considera más apocalíptica que nunca, por tanto, más pertinente que nunca. La revelación judeocristiana nos deja desnudos puesto que saca a la luz lo que los mitos siempre velaron. De este modo, se "provoca la escalada a los extremos revelando a los hombres esta violencia, impide que los hombres imputen su violencia a los dioses, y los sitúa ante su responsabilidad".


2 comentarios:

Mayte Llera (Dalianegra) dijo...

Hola, Andrei. Interesantes las reflexiones o postulados de este señor y los tuyos también. Aunque yo creo en una versión más simplista, desde luego que, independientemente de la existencia de Dios o de un Ser Supremo, la violencia humana me parece sólo achacable al ser humano,achacársela a la Deidad me parecería ya extremo. Por desgracia, la violencia es intrínseca a nuestra especie y lo que algunas religiones pretenden, aunque no siempre haya sido así, pero actualmente la religión cristiana sí lo desea, es limitar ese poder destructivo humano y que reine la paz. Ojalá lo consiga, la paz es el principio sin el cual la convivencia y la vida no son posibles y más aún, el principio mediante el cual el ser humano puede llegar a ser realmente humano. La paz entre los pueblos, pero también la paz con los que nos rodean y con nosotros mismos.

Saludos, Andrei, como siempre, en el ojo del huracán filosófico.

cb dijo...

La idea de la expiación con la que Dios, en su Hijo, pide perdón a los hombres es muy fuerte y lleva muy lejos, a muchos otros temas.
Tanto como pedir perdón, no sé... pero que todo padre se siente responsable de los errores y del sufrimiento de sus hijos, sí lo sé, por mucho que sean ellos los que se tiren de cabeza.

Feliz Navidad, sr. Rublev, y que el apocalipsis nos dé una tregua para celebrarla como merece.