viernes, 11 de noviembre de 2011

El tiempo, aquel gran destructor...


Pocos habrían aventurado, en pleno esplendor de la civilización, que algunos siglos o milenios más tarde todo acabase reducido a cenizas. Al menos, a la vida colectiva le está reservado el honor de culminarse con la solemnidad de unas ruinas que dulcemente se dejan adornar por el ímpetu de la vegetación y por el paseo triunfal del silencio. Otra cosa es el olvido, y este es el negociado al que estamos adscritos la inmensa mayoría de los mortales. En el ínterin, todo parece eterno; y ningún tiempo como el presente para resignarnos a una sucesión indolora de momentos carentes, eso sí, de toda esperanza. Evoca Valéry Larbaud al final de "Fermina Márquez" —quizá fueran otros tiempos— este sucederse de los actores delante de un escenario que siempre permanece: "¡Qué cosa tan fantástica es el tiempo! No ha cambiado nada; hay algo más de polvo en los pupitres, y se acabó".
Me quedo, no obstante, con la frase de Miguel Aranguren leída en una de sus últimas entrevistas: "Me sobrecoge que sabiendo que nuestra existencia es limitada y breve, uno se pille los dedos en tantas miserias".


1 comentario:

Mayte Llera (Dalianegra) dijo...

Sabia cita la de Miguel Aranguren, ojalá fuésemos más conscientes de los cuatro días que nos toca vivir y aprovechásemos de ellos, al menos tres.

El tiempo que todo lo reduce a ruinas, hasta los recuerdos...

Como de costumbre, muy interesante tu post, Arsenio.

Saludos y feliz fin de semana.