viernes, 1 de julio de 2011

Siempre nos quedará... la verdad




Cuando el padre de Alejandro Llano escuchó de labios de su hijo que optaría por estudios de humanidades, aquel le espetó desde su particular visión de hombre de negocios una frase lapidaria y hasta cierto punto enternecedora: "Tú eres un lírico", le dijo.

Me da que el ser humano, salvadas no pocas distancias, arrastra tras de sí un lirismo del que, aunque quiera, no puede desprenderse. Su naturaleza, después de todos los avatares de la onerosa vida cotidiana, es decididamente melancólica. Porque estamos destinados a vernos de cara con la verdad. El gran Chesterton consideraba la filosofía como una aventura romántica en pos de la verdad. Wittgenstein, sabedor de que le quedaba ya muy poco tiempo de vida, se sinceró con la que fue su discípula predilecta, Elizabeth Anscombe: "Beth, he buscado la verdad".

A Llano algunos hemos de agradecerle su valentía intelectual, así como el tránsito de "homo liricus" en el que otros también nos hemos aventurado, si bien con un alcance tan alicorto como insignificante ("Como otras veces, la literatura se adelantó a la vida", pág. 250).

Valentía, al fin, por mantener aún vigente la metafísica después de la metafísica. Impagable su arriesgada y honesta opción por la trascendencia: "A lo largo del curso, aparecían los temas decisivos acerca de la condición humana, que en aquel ambiente sesentayochista empezaban a ser críticamente replanteados por los estudiantes y no pocos profesores (...). Pero yo no me retraía de hablar del alma humana, de su creación por Dios y de su condición inmortal. Quizá no he sido un profesor brillante, pero creo que nunca he sido un profesor cobarde. Discutía todo lo a fondo que era capaz el planteamiento materialista de la evolución. Defendía la realidad de la libertad humana y el alcance trascendente de la inteligencia del hombre".


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