viernes, 26 de junio de 2009


[I]

También de un día como el de hoy está hecha mi vida, y qué capacidad me asiste para no encontrarme con él, hasta casi despreciarlo, como sin duda he ido haciendo a lo largo de los años. Este entrenamiento singular que nos facilita el olvido como una estrategia o una terapia, anticipa el olvido definitivo. Puede que el definitivo rescate de todas esas nimiedades que se acumulan en los alrededores de la vida, incluido el día de hoy, con la fronda irregular de estos castaños recortándose sobre un cielo no del todo azul.

sábado, 20 de junio de 2009


COLOFÓN

         "en el viaje aquel de todos a la niebla"
                                        Francisco BRINES



Al menos nos fue dada la palabra que quema,
la esculpida en el mármol
o esa otra: ceniza en la lengua malgastada,
acumulado polvo entre los dedos.

Se nos dejó nombrar el vano mundo
con la intención de hacernos del mundo una vaga idea,
agua que pasa y lame
sin dilación las jarcias y la orilla.

Después de todo fuimos la mirada,
la intención que se puso en cuanto hicimos,
el matiz añadido, el acento,
   invocado
aroma que en el aire aún perdura.

Fue nuestra la mirada para mirar el mundo
antes de abordar el último viaje,
tratando de tocarlo a duras penas,
breve sombra de otra sombra huida.


sábado, 6 de junio de 2009


UNA ETERNA PRIMAVERA


Nunca fue la primavera mi estación favorita. De un modo oscuro solía identificar sus signos anunciadores con el origen de una inquietud imprecisa. Comprendía, no obstante, la inminencia de una profunda renovación en el vuelo de las golondrinas sobre el azul de un cielo que parecía recién estrenado. Y acababa por acostumbrarme. ¿Cómo se podía no aceptar un regalo semejante?
Hoy, metido ya en años, y sin perder del todo aquel recelo infantil, prefiero imaginar la vida como una eterna primavera, bruñida de toda mancha, eternamente azul y herida cada día por la punzante luz del Mediterráneo, ese mar calmo que supo de una belleza de la que hoy nos sentimos huérfanos. Así, los días tendrían algo de la radiante luminosidad de Le Mépris —esa extraña película de Godard—, con el subrayado inusual y a destiempo de la música de Georges Delerue. Como si cada uno de nuestros insignificantes gestos mereciese la exaltación de un acompañamiento de violines.